lunes, 23 de noviembre de 2015

Romances festivos

ROMANCES DE PÍCAROS Y SÁTIROS

   Dentro de la tradición castellana está el romance satírico. La gentileza de mi hermano Juan me invitó a escribir dos romances que imitaran ese estilo pícaro del siglo XIV y XV, con la intención de ponerles música. Ya está puesta, y alguna vez los ha incorporado en su repertorio la Ronda segoviana.
   Gracias a ellos he recuperado una afición que tenía en mi época de estudiante (¡décadas ha!), cuando quería lanzar bromas a mis compañeros de clase. El tiempo hace que sea otro el objetivo; en este caso, se trata de la revisión de un par de leyendas segovianas. 

Pueden oírse las grabaciones de la Ronda en:

https://www.youtube.com/watch?v=Ue92_vCIApI
https://www.youtube.com/watch?v=wcr0DuerJAg&t=111s


LEYENDA DE LA MOZA Y EL DIABLO
(De cuando el diablo hizo el acueducto para librarse de una moza que quiso cazarle)








Hace mucho, mucho tiempo,
iba a trancas y barrancas
una moza muy garbosa
muy cerquita de la plaza.
Bajaba cubos al río
y después los rellenaba
y cargaba con el peso
para subir al alcázar.

Y la moza maldecía
su suerte cada mañana:
"Me cago en todas las cuestas,
jopé cómo pesa el agua".

Un día vino el diablo
y le gustó la muchacha:
"Si te pesa mucho el cubo
te lo llevo hasta tu casa".
Y la chica le contesta
traspasándole la carga:
"Si tú me llevas el cubo
te doy mi cuerpo y mi alma".

Y el diablo maldecía
su suerte cada mañana:
"Me cago en todas las cuestas,
joé cómo pesa el agua".

Él cargaba con el peso
y ella vive descansada.
Un día el diablo le dice
que ya más cubos no aguanta.
"Voy a hacerte un acueducto
que arriba el agua te traiga.
Qué date tú con las piedras,
que este diablo se marcha".

Y el acueducto maldice
su suerte cada mañana:
"Me cago en todas las cuestas,
!joder, cómo pesa el agua!".





ROMANCE DE LA DONCELLA OLALLA EN LAS CANONJÍAS

(De cómo un curilla hizo una obra de caridad con una doncella fugitiva y consigo mismo) 






Allá por el siglo XIII,
Del alcázar para arriba,
Había un barrio en Segovia,
Que llaman Las Canonjías.
Tras sus muros y candados,
Ventanas y celosías,
Vive muy lujosamente
La cristiana clerecía.
Los señores de la iglesia
En este barrio se aíslan
Por evitar tentaciones
Que en otras calles transitan.
Y como manda la ley,
Aquí mujeres no habitan,
A no ser viejas y feas,
O contrahechas y bizcas.

Por su calle paseaba
Después de decir la misa
Un canónigo muy pío
Cuando casi anochecía.
En la puerta de La Claustra,
Que cierra la Canonjía
Entre gritos y sollozos
Pide auxilio una chiquilla.
“Abrid, por amor de Dios,
Que no tengo otra guarida,
Que me asaltaron dos hombres
Y he escapado malherida”.
El canónigo espantado
Muchas veces se santigua
Y en secreto abre la puerta
A mujeres prohibida.

En su casa la acomoda
Y allí la cura a escondidas,
Con vendas y con ungüentos
Va cerrando sus heridas.
El cura la va curando
Y aprendiendo medicina,
Y a la vez también descubre
Nociones de geografía:
¡Qué bellos se ven los montes
Y el valle entre las colinas
Y la cueva más profunda
Tras la maleza escondida!
Pasan días, pasan noches,
Y ya ha sanado la chica,
Mas herido queda el cura
En el tacto y en la vista.

Se presenta muy solemne
En el cuarto de la esquina:
“Ya tienes el cuerpo sano,
Falta que Dios lo bendiga”.
Se levanta la casulla
Y los hábitos se quita
Y en el “dóminus vobiscum”
El cuerpo se le encabrita.
“Qué artilugio es el que asoma
De sus piernas, señoría”.
“Eso no es sino un hisopo
Para echarte agua bendita”.
Y así el tiempo se volaba
Entre rezos y entre risas,
Vestida de hombre la lleva
Calle abajo, calle arriba,
     
Los pechos los disimula
Con unas vendas ceñidas
Y finge un bulto en las piernas
Con un trapo de cocina,
Mas ha llegado el momento
De llantos y despedidas,
Porque ya no hay quien disfrace
El bulto de la barriga.
Cuentan que doña Olalla
Era el nombre de la niña,
Única joven y bella
Que habitó la canonjía.
Y cuentan también que un cura
En La Claustra, de por vida,
Pone la oreja en la puerta
Por si auxilio solicitan.

sábado, 18 de julio de 2015

LA ÚLTIMA LUZ

UN PARÁSITO DEVORA LA MEMORIA

   Es difícil afrontar algo que parece atentar contra la naturaleza: una madre que a duras penas reconoce a sus hijos. El paseo que, tras la silla de ruedas, me permitió ver las luces de navidad de Segovia acompañando a mi madre en los últimos días de 2014 creo que me acompañará siempre, a no ser que ese parásito devorador de recuerdos al que todos tememos me asalte por sorpresa.





LA ÚLTIMA LUZ

                       
La última luz
Es una lámpara en la mesilla,
Una lectura bruscamente interrumpida,
Una ligera almohada en la cabecera,
Un sueño más allá de la noche y del día.
La última luz es
Una tela de araña en el corazón,
Un alma de voz ausente intuida,
Una honda mirada al fondo del promontorio,
Una incierta, una insólita sonrisa.

La última luz son unas calles que brillan
En la navidad del bullicioso gentío
Y una mujer sobre ruedas, entre luciérnagas.
La última luz son unas manos frías
Y un hombre, con el dolor de un niño,
Que avanza empujando la silla.

La última luz es
La ausencia de un alma que llama sin fuerza
A las puertas de una casa vacía,
Es la voz hosca, el rostro turbio, la lengua bífida:
Soy tu hijo, mas aun no me reconoces,
Mi nombre es Alzheimer y pienso acompañarte
Hasta el último instante de tu vida.











La soledad o el temor de ser olvidado 


La madurez ofrece una barrera
y una puerta en un pasillo solitario.
Antes que ella, nos nació el dolor.

Ni se piden razones ni se esperan:
de golpe nací, moriré despacio,
con el alma rota como un reloj.

La mirada fugaz: una torpeza,
un camino torcido, insolidario,
leve y mezquino como un corazón.

Y, cada día, esa puerta se cierra.
Después, la barrera son ya los años.
Y, aun entonces, perdura el dolor.

martes, 16 de junio de 2015

Sáhara en el corazón.

EL HONOR DE LOS HERIDOS
    
Dedicado a la honrosa lucha del pueblo saharaui y a cuantos otros pueblos fueron heridos y maltratados por la mano de los poderosos. Como en una maldición bíblica, los españoles nos hicimos responsables de la espada de fuego que les negaba el retorno:
     Expulsó al hombre; y al este del jardín del Edén puso ángeles, con una espada encendida que giraba en todas las direcciones, para guardar el camino del árbol de la vida. (Génesis, 3:24)



No olvides nunca la espada de fuego,
el alambre ardiente de la muralla,
la infame cicatriz, la oscura raya
que rasga los caminos del desierto.

Recuerda pagar cada grano reseco
de arena y -al precio del oro- el agua
que llores por cada gota que extraigas
de los hondos abismos del infierno.

Recuerda que te impuse un cielo
tan alto que no alzaras la mirada
y el horizonte alejó la distancia
que separa las almas de los cuerpos.

Recuerda que fui tu ángel perverso,
que te di una incompetente madrastra,
que te explusé del mar y hollé tu casa
y anegué los caminos del destierro.

                  ***

A cambio, hijo mío, te di el orgullo,
porque no renunciaras a tu altura.
Recuérdalo siempre, la tierra es tuya;
el aire, el fuego y el honor son tuyos.









ERRANTES

  Víctimas, que no vencidos,
errantes, pero no esclavos;
como equipaje, la afrenta;
la tierra como pecado;
la soberbia, como casa;
la impotencia como manos:

  Había hierba, y un cielo
conocido y estrellado,
un camino, unas raíces,
una sombra, un viejo árbol.
Y yo era el tronco y las ramas,
yo era las hojas y el barro,
la corteza y esa savia
con que yo fui maleado
por el viento y por los ríos;
dime, aquí fui empujado,
dime, otra luz, más estrellas,
otras aguas y remansos,
el brillo de otros metales;
dime, aquí fui marcado
por una puerta cerrada,
cada mañana, un atávico
frío por cada rutina;
dime, aquí fui marcado,
mancillado entre las cejas,
aprisionados los labios.

Siempre una puerta en mis ojos.
Y en cada puerta, un candado.
Y en cada puerta, un guardián.
Dime, aquí fui expatriado.

lunes, 20 de abril de 2015

EL VUELO DE ÍCARO


MÁS ALLÁ DEL CIELO



Ir a beber la sangre de la brutal sangría
Del sol en el azul, donde dicen que Angra
Maino indolentemente mira que se desangra.
Ir más allá del sol y el azul todavía.
(Ezequiel Martínez Estrada)

No malgastes el tiempo
Contando gaviotas. Airea el alma
Y despliega tus alas
Antes que la pereza
Te encadene a la tierra para siempre.

No te hagas ilusiones
Y no prestes oído a los patriotas
Cegados por los himnos.
Ya conoces la ley,
Nadie está libre de ser inmolado.

Aunque de ti se burlen,
Lánzate a volar más allá del cielo;
Mejor libre, insepulto en el vacío,
Que inmortal entre ruinas,
En la eterna noche que oculta al monstruo,
Absorbiendo el dolor insoportable
Del último sacrificio.

Vuela buscando el sol
Y no aceptes conformarte con menos.
Que su luz te deslumbre,
Que su fuego te queme
Hasta fundir la cera de tu espalda.

Deshazte de mi herencia:
Yo solo supe darte un laberinto.
Y ahora, por si acaso,
Desconfía de mí,

Tu limitado y torpe padre. Dédalo.

jueves, 2 de abril de 2015

DEL PARAÍSO Y OTROS RECUERDOS

DEL PARAÍSO Y OTROS RECUERDOS

Era el primer día del mundo,
La primera mañana del mundo,
El primer instante en la historia del mundo.
Allí estábamos, postrados ante el fuego,
Vos y yo,
Adorando el dorado disco remoto,
Absortos ante el azul del mediodía
Y el ocaso bermejo, protegidos
De la soledad absoluta que nos rodeaba
Con un escudo que, alguna vez,
Ha sido llamado amor
A falta de otra palabra más aguda.

Recorrimos la ribera, plantamos nuestra tienda
En un lugar llamado Juventud,
Era un fértil oasis creado por nosotros para nosotros,
Una tierra de aromas y verdor
Cuyos límites no nos cuestionábamos.

Aún no sabíamos qué cosa era la nostalgia.
A veces llegué a temer que
Éramos dos intrusos en el paraíso,
Y nuestro hogar estaba
Más allá de setos y acequias,
En las dunas remotas que divisábamos,
Desde donde a veces oíamos himnos,
Tambores de guerra, clarines confusos.
Y había, suponíamos, otros seres semejantes a nosotros,
Pero que ya sabían qué era despedirse de los hijos.

Al segundo día ya nos conocíamos desde siempre.
Jugábamos a adentrarnos en tierras
Áridas. Y allí mismo conocimos
Otras gentes que, como nosotros,
Habían salido temporalmente del paraíso.
Algunos no regresaban, buscaban
Acomodo en oasis cubiertos de tejas prefabricadas,
Se sentían protegidos por el fragor de clarines y tambores,
Paseos, desfiles y el vapor del los electrodomésticos.
Algunos confundían el amor con tierra conquistada,
Plantaban su bandera en la puerta de casa
Y exigían juramento de vasallaje
Desde las uñas de los dedos
Hasta el último pensamiento inconfesable.

Fue al tercer día cuando, tras salir de nuevo,
Quisimos regresar al Edén
Y descubrimos la puerta cerrada.
Una espada de fuego nos impedía el paso.
Y descubrimos que, aunque nosotros añorábamos el Paraíso,
Él no nos necesitaba, porque siempre encontraba
Inocentes que lo ocuparan por un tiempo.
Y la humanidad acogió nuestros cuerpos
Cansados, en lugares comunes,
Pisando un suelo de tierras hormigonadas,

Lo sé, el paraíso era allá donde vos habitasteis,
Joven, como yo mismo por entonces.
Pero tal vez, un oasis nos sobreviva.
Por eso y porque el cielo sigue intensamente vivo,
Y brillan en su manto estrellas misteriosas,
Casi ocultas por el humo y la distancia,
Ante el espejo, pregunto a mi rostro, viejo conocido,
Si aún existirá en algún lugar remoto
Aquel viejo paraíso en que vivimos alguna vez

Nosotros, vos y yo
con la misma mirada de entonces.


VIVIR A PLAZOS

Es curioso encontrarse con la título de familia numerosa de tu abuelo, cuando uno no existía ni remotamente en el pensamiento de los que te miran de frente. Cuando tu abuelo es más joven que tú mismo o tu madre es una niña que aún no tiene nada que olvidar.



No se trata de malgastar la arena de los relojes
Ni deshacerse violentamente del canto del cuco;
Simplemente, pienso
Que tal vez hubiera sido preferible
Ocultar esos trinos bajo la alfombra
Y renunciar a algunos granos del pasado arenoso
Y obtener, a cambio del olvido,
Algún provecho de la experiencia.

Quizá no fuera mala idea, para empezar,
Romper el espejo,
O arrojar las queridas fotos en blanco y negro
Al foso del castillo, donde un niño
(cuesta decirlo) apocado, abstraído y torpe
Fabula un refugio entre las islas de Utopía y Nunca Jamás.
O crear, aunque fuera unos segundos,
Un rincón oculto a miradas indiscretas
En el zaguán del Expreso de Shangai,
El tren de la bruja en cuya terrible careta verde
Nació el temor a afrontar el futuro.

            Tampoco estaría mal, a ratos,
Jugar con los equívocos:
Ser yo o tú, o ambos a la vez o alternativamente,
Fingir haber nacido en el Río de la Plata
Para llamarnos de “vos” sin complejos
Y decir: “yo soy vos”, “vos y yo miramos el horizonte”
Y arrojarse a un mundo que quedó atrás,
Acompañar a un hidalgo de los de lanza en astillero
Y gobernar, como una casa en plena mudanza,
La Ínsula de Barataria.

            Tal vez es preferible
Vivir engañado algún tiempo,
Soportar dolorosas sorpresas por hechos consumados
Y no arrastrar una vida surcada de largas incertidumbres.
Y vivir a plazos, no ser requerido por nadie,
O ignorar hasta el propio nombre
Para no mentir cuando se firma un documento…

Y repeinar las últimas canas,
Palparse con la lengua las últimas muelas
E invertir los ojos volviendo, con la última mirada,
La pupila hacia las cuencas,
Vaciar, como en un viejo armario descerrajado,
Los rincones oscuros donde se ocultan
Cobardías, mentiras, errores y vergüenzas;
Librarlo de tendones, músculos, líquidos, células
Y mantener solamente los huesos
Nada más que por guardar la compostura.


            Y lavar la oquedad restante por dentro y por fuera,
Un cuerpo sin aristas y una memoria transparente,
Dejarse arrastrar, libre, por la gélida brisa,
Cruzar a nado la laguna
Y regresar, sin cicatrices, a la pira primitiva
Y evaporarse en el fuego

Sin envilecerlo.

lunes, 23 de marzo de 2015

ALFONSA DE LA TORRE

MUJERES POETAS

En los manuales de literatura hay nombres indiscutibles, a quienes dedican páginas enteras. Luego siguen los que son citados más discretamente (a veces solo el nombre), como esos equipos de fútbol que nunca ganan campeonatos, pero rellenan nóminas. Rosales, Brines, Prados... a quien con tanto gusto releo. O Félix Grande, que me consoló desde sus versos cuando murió mi hermano con 30 años.
Finalmente, están los otros, los que tuvieron la mala suerte de no escribir en el momento adecuado versos que en otra época (o con otra firma o, lo que es peor, con otro sexo) hubieran sido celebrados con laureles y reconocimientos a gran escala. Los gustos aquí difieren, claro está. Y una evidencia: los grandes honores poéticos parecen negarse a las mujeres. En primera fila, en manuales al uso, Rosalía y alguna hispanoamericana -Mistral, Storni, Loynaz... Pero a mí Carmen Conde me atrapó con unas obras completas casi regaladas en El Corte Inglés. Después, como de casualidad me topé con Alfonsa...
Curiosamente, en nuestra Segovia, quizá la figura nativa más personal de la poesía del siglo XX es una cuellarana ignorada. Bienvenidos sea los esfuerzos por recuperar su magia. El poema que incluyo lo escribí para una antología que desea reunir el Ayuntamiento de Cuéllar en honor de su paisana más ilustre, Alfonsa de la Torre. Hay que leerla -a ella, no a mi poesía-, merece la pena.

UNA ALONDRA EN LOS PINARES DE ALFONSA

Y Dios me repetía
 que ese nombre era el mío, 
que me llamaba alondra 
pero yo bien sabía que me llamaba Alfonsa.   
             
                             (Alfonsa de la Torre)



Una mirada se alza
Y atrapa el aire:
Son dos ojos por donde escapa el alma.

Al fondo se divisa una torre sobre el azul,
Y atruena el mar de pinos al alba,
Sobre el castillo, sobre la colina de blanca arena.
Como un mar sin olas rodeando la casa abandonada,
Como una balsa sobre los pinares ebrios de ámbar.

¡Qué brisa de resina, de horizonte, de arcilla,
De torres hundidas en la altura,
De brotes de hierba y de agua!

Y todas las torres se escriben con a,
Con a de altura y arcilla,
Con a de arena arrinconada y de ámbar,
Con a de aire azul y de agua,
Con la a rodeando a AlfonsA
En la ingravidez de su alma
De alondra
Que se alza.