domingo, 10 de marzo de 2024

TRES ANTIHÉROES

Cuando los (anti)héroes son obsesos, cobardes, insignificantes, la magia de la literatura nos acerca a su infierno interior y leemos sus pensamientos lamentables con nuestras palabras.


OTELO ENVENENA SU ÚLTIMO BESO

        Como una higuera estéril sobrevive     

y, más allá de su fruto imposible,

se yergue, altiva, inútilmente verde.

         Como el vino se corrompe en vinagre

y la ebriedad se corrompe en resaca

aun sin la corrupción de la bodega.

       Es preferible ocultar, por pudor,

ese diablo egoísta, ese parásito

a quien, por rutina, llamamos alma

       (mejor la cortesía del hipócrita

que la miserable sinceridad

de quien todo exige y no ofrece nada).

       Sean, pues, enterrados juntamente

agua dulce y salada, perro y rabia:

sin amores eternos, sin reproches.

       Mas, ¿cómo explicarse que, una vez muerto

al amor lo sustituyan los celos,

sus hijos deformes, bastardos, póstumos?




MONSIEUR BOVARY VIAJA EN EL METRO  


 En otro país, en otro tiempo, en otro cuerpo,

podría haber amado y ser amado,

convertido en un andante caballero

o en un Marqués de Bradomín galante,

o Lord Byron encamado con Juana la Loca.

(¿Acaso no ves

la invitación que lanzan sus ojos?)

 Pero eso en otro cuerpo, no en el suyo,

desatendido por la dejadez del sofá

y lleno de prejuicios contra sí mismo…

Arrinconado en el último vagón,

piensa en ella,

imagina sus miradas incendiarias...

En ella,

ante quien enmudece el cortejo torpemente planeado.

(¿Le importa si me siento aquí?)

Viernes. Acaso el cine,

en la butaca con una esposa

a quien también amó así alguna vez,

cuando le parecía inalcanzable,

antes de intercambiar las primeras palabras…

(Espere, que retiro el bolso)

Al cabo del tiempo,

volverán las oscuras golondrinas,

y colgarán los nidos, pero no en su balcón.

Sospecha que no volverá

a encontrar tan bella a otra mujer,

porque esta arrastrará la perfección del amor no consumado

y permanecerá siempre en su memoria

tal como dibuja la fantasía,

perfectamente perfecta.

(Disculpe, ¿se apea en esta estación?)

Eso sí, nadie penetrará

en sus pensamientos ni en sus sueños.

Allí no deberá renunciar

a la felicidad del aburrimiento

a cambio de una pasión olvidable,

como esta de recorrer el andén

mirando la espalda de la mujer que se aleja,

la desconocida con quien coincide a menudo

en la estación de Delicias.

            (Pura ironía el nombre, reconócelo.)

 Ella también, o, mejor dicho, ella tampoco.

No es un buen momento

para pasiones destructivas,

con la hipoteca, el partido del domingo

y tanta vida por delante.

En algo hay que entretenerse

de vuelta a casa, antes del trasbordo.

           ... Y hoy llegará antes de lo previsto.

Seguramente Emma estará leyendo

alguna novela cuyo título ignora.

Lo que sabe con absoluta seguridad

es que él no protagoniza la historia.





SANCHO PANZA PRESENTA SU DIMISIÓN

 

Esta tarde cae el cielo por la frente y yo

no tengo ganas de nacer de nuevo.

Tal vez ni siquiera echo en falta

haber nacido junto a mi soledad,

ahora o en otro tiempo,

aquí o en otro lugar…

 He aquí las llamas de la caverna

primera, que se enrosca

en la última primavera.

         ¿Y vos os decís mi señor?

        No conozco más señor que el dolor.

        Que yo nací sin honor,

        que ya no quiero ser vuestro escudero.

 Tal vez en el útero remoto…

Mi primer nido, oculta entre mis sueños,

nació esa raíz que me roba el agua.

Se agotó el oxígeno del que se nutría el fuego,

mi propia necesidad de sobrevivir en el infierno.

         Y yo si soy un pez

           y vos doña primavera,

            Sacadme de una vez

            De aquesta oscura y fangosa pecera.

 Sólo si hay vida hay muerte

y la muerte nació conmigo.

¿Es esto filosofía? ¿Un cáncer

entre el pulmón y la conciencia?

Enemigo agazapado, oculto en mis células

más delicadas…

Oh, sí, un lento desfallecimiento.

         Déjese de Montesinos, que yo esperaba

        veros en plena batalla cuando

        entré al fondo de la cava

         y os hallé felizmente roncando.                     

 Y yo

no tengo ganas de heredar una conciencia,

no tengo ganas de vivir o morir.

Más bien sucede, a mi pesar

que la respiración o el pensamiento

me duelen en cada instante.

         Así pues, mi señor,

        Lo tengo decidido.

        Lucíos vos en el palco de honor,

        Que yo, feliz, me despido.