Durante milenios la Iglesia insistía en condenar la crucifixión de los suyos, ignorando que el mundo estaba lleno de crucificados cuya muerte parecía aprobarse.
Los juicios sin garantías, el ensañamiento con los derrotados, la tortura, la pena de muerte deberían haber sido condenados desde siempre. Y Gestas, el llamado mal ladrón, ridiculizado por el arte llamado sacro, debería ser el patrón de los abandonados.
SOLILOQUIO DEL MAL LADRÓN EN EL GÓLGOTA
De cuantos en la hora señalada
para la historia gimen, vociferan
su dolor inefable (y somos tres
los que exponemos nuestra carne abierta,
roja efusión de sangre, soledad,
humillación), la sed y la crueldad
de un pueblo que conquista, impone leyes
extranjeras, condena con criterios
ajenos a nosotros…
Y de cuantos
insultan desde el suelo, escarnecen,
escupen, vociferan (en el mundo,
siempre hubo mirones agradecidos
del sufrimiento ajeno) sólo yo
pasaré a la historia como el infame.
Nadie dirá de mí que quedé expuesto
y desnudo a los rayos de este sol
de Palestina (del fuego inclemente
que incendia las ampollas de la piel),
que mis brazos quedaron dislocados,
que en vano resonaban los aullidos
de mi boca reseca. No osarán
calmar mi angustia: ni una simple gota,
sólo el sudor me dará de beber
agua salada.
Y nadie dirá
que padecí similares tormentos
a los que horrorizan de un nazareno
a quien aclamaron multitudes,
o el otro, que en un gesto teatral
dirá que merecimos el castigo.
Y cuando el Gólgota quede vacío
o lo ocupen otros crucificados,
nadie dirá: "Aquí murió un ladrón
que fue sádicamente torturado".
Quizá serán felices, convencidos
de que uno de los tres los perdonaba
y otro fue santo en el momento último.
De mí no obtendrán una sonrisa
los coleccionistas de estampas pías.
No verán en mí un hombre como ellos,
Seré el único infame del cadalso,
mas nunca explicarán sensatamente
qué culpas merecieron tal castigo.
No me dedicarán ningún altar,
seré crucificado cada día
en cada torturado, en cada anónimo
(como yo mismo) irremisible reo
de muerte, por los siglos de los siglos.
Ahogado en el inútil dolor,
escupiendo mis últimas palabras,
solicito el honor de los infames.