jueves, 27 de febrero de 2014

EN BUSCA DE LA MEMORIA PERDIDA

En el último tomo de "En busca del tiempo perdido", publicado en castellano como El tiempo recobrado, Marcel, el narrador se siente obligado a escribir sus recuerdos para no ser responsable de ninguna muerte. No morimos, del todo, comenta, mientras una sola persona viva nos recuerde; por ese motivo, al reflejar gente a quien solo él recuerda, evita que mueran con él. Tal vez por eso nos da tanto miedo que la demencia asalte a quien sentimos parte de nosotros; intuimos que, sin su recuerdo. 
Quién no soñó alguna vez hacer sobrevivir a los seres queridos "entre las ruinas de mi inteligencia" -la metáfora es de Jaime Gil de Biedma. Las fotos están tomadas en mis dos visitas a Atenas. Me recuerdan a mi madre, luchando por conservar contra viento y marea, el recuerdo de nosotros.

SOLEDAD ÚLTIMA


  La muerte debe de ser
una pequeña torpeza,
un pasado interminable,
algo así como vivir
en una ciudad pequeña
donde has visto muchas caras
y no conoces a nadie.
O bien no existe la muerte
sino el vivir y el morir
rutinario, intrascendente,
como un amigo de antaño
a quien, por azar, encuentras
guardando cola en el cine,
o vendiendo enciclopedias,
o en un acto sindical,
o ante un triste escaparate,
y apenas le reconoces,
y no sabes qué decirle,
y recuerdas lo de siempre,
cuánto tiempo,  cómo tú
por aquí, ya me dijeron,
aunque no recuerdo quién,
y luego te callas tanto
que ya no te reconoces,
y ese dolor insensato
se te borra y ya no sientes
nada, y entonces comprendes
que sólo cumpliste un trámite.



A VECES, SIN MOTIVO, LA LUZ
se torna sombra:
Es el tiempo.

A veces, sobre la sombra
se proyecta otra sombra:
Es la memoria.

A veces, sobre la sombra de la sombra
se dibuja, oculta, una fingida sonrisa:
Es el dolor.

A veces, la sonrisa
se desdibuja en mueca:
Es la soledad.

A veces me siento rodeado 
de venerables fantasmas
cuyos rostros me son 
dolorosamente conocidos.

A veces 
me siento 
especialmente 
solo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario