jueves, 2 de abril de 2015

DEL PARAÍSO Y OTROS RECUERDOS

DEL PARAÍSO Y OTROS RECUERDOS

Era el primer día del mundo,
La primera mañana del mundo,
El primer instante en la historia del mundo.
Allí estábamos, postrados ante el fuego,
Vos y yo,
Adorando el dorado disco remoto,
Absortos ante el azul del mediodía
Y el ocaso bermejo, protegidos
De la soledad absoluta que nos rodeaba
Con un escudo que, alguna vez,
Ha sido llamado amor
A falta de otra palabra más aguda.

Recorrimos la ribera, plantamos nuestra tienda
En un lugar llamado Juventud,
Era un fértil oasis creado por nosotros para nosotros,
Una tierra de aromas y verdor
Cuyos límites no nos cuestionábamos.

Aún no sabíamos qué cosa era la nostalgia.
A veces llegué a temer que
Éramos dos intrusos en el paraíso,
Y nuestro hogar estaba
Más allá de setos y acequias,
En las dunas remotas que divisábamos,
Desde donde a veces oíamos himnos,
Tambores de guerra, clarines confusos.
Y había, suponíamos, otros seres semejantes a nosotros,
Pero que ya sabían qué era despedirse de los hijos.

Al segundo día ya nos conocíamos desde siempre.
Jugábamos a adentrarnos en tierras
Áridas. Y allí mismo conocimos
Otras gentes que, como nosotros,
Habían salido temporalmente del paraíso.
Algunos no regresaban, buscaban
Acomodo en oasis cubiertos de tejas prefabricadas,
Se sentían protegidos por el fragor de clarines y tambores,
Paseos, desfiles y el vapor del los electrodomésticos.
Algunos confundían el amor con tierra conquistada,
Plantaban su bandera en la puerta de casa
Y exigían juramento de vasallaje
Desde las uñas de los dedos
Hasta el último pensamiento inconfesable.

Fue al tercer día cuando, tras salir de nuevo,
Quisimos regresar al Edén
Y descubrimos la puerta cerrada.
Una espada de fuego nos impedía el paso.
Y descubrimos que, aunque nosotros añorábamos el Paraíso,
Él no nos necesitaba, porque siempre encontraba
Inocentes que lo ocuparan por un tiempo.
Y la humanidad acogió nuestros cuerpos
Cansados, en lugares comunes,
Pisando un suelo de tierras hormigonadas,

Lo sé, el paraíso era allá donde vos habitasteis,
Joven, como yo mismo por entonces.
Pero tal vez, un oasis nos sobreviva.
Por eso y porque el cielo sigue intensamente vivo,
Y brillan en su manto estrellas misteriosas,
Casi ocultas por el humo y la distancia,
Ante el espejo, pregunto a mi rostro, viejo conocido,
Si aún existirá en algún lugar remoto
Aquel viejo paraíso en que vivimos alguna vez

Nosotros, vos y yo
con la misma mirada de entonces.


VIVIR A PLAZOS

Es curioso encontrarse con la título de familia numerosa de tu abuelo, cuando uno no existía ni remotamente en el pensamiento de los que te miran de frente. Cuando tu abuelo es más joven que tú mismo o tu madre es una niña que aún no tiene nada que olvidar.



No se trata de malgastar la arena de los relojes
Ni deshacerse violentamente del canto del cuco;
Simplemente, pienso
Que tal vez hubiera sido preferible
Ocultar esos trinos bajo la alfombra
Y renunciar a algunos granos del pasado arenoso
Y obtener, a cambio del olvido,
Algún provecho de la experiencia.

Quizá no fuera mala idea, para empezar,
Romper el espejo,
O arrojar las queridas fotos en blanco y negro
Al foso del castillo, donde un niño
(cuesta decirlo) apocado, abstraído y torpe
Fabula un refugio entre las islas de Utopía y Nunca Jamás.
O crear, aunque fuera unos segundos,
Un rincón oculto a miradas indiscretas
En el zaguán del Expreso de Shangai,
El tren de la bruja en cuya terrible careta verde
Nació el temor a afrontar el futuro.

            Tampoco estaría mal, a ratos,
Jugar con los equívocos:
Ser yo o tú, o ambos a la vez o alternativamente,
Fingir haber nacido en el Río de la Plata
Para llamarnos de “vos” sin complejos
Y decir: “yo soy vos”, “vos y yo miramos el horizonte”
Y arrojarse a un mundo que quedó atrás,
Acompañar a un hidalgo de los de lanza en astillero
Y gobernar, como una casa en plena mudanza,
La Ínsula de Barataria.

            Tal vez es preferible
Vivir engañado algún tiempo,
Soportar dolorosas sorpresas por hechos consumados
Y no arrastrar una vida surcada de largas incertidumbres.
Y vivir a plazos, no ser requerido por nadie,
O ignorar hasta el propio nombre
Para no mentir cuando se firma un documento…

Y repeinar las últimas canas,
Palparse con la lengua las últimas muelas
E invertir los ojos volviendo, con la última mirada,
La pupila hacia las cuencas,
Vaciar, como en un viejo armario descerrajado,
Los rincones oscuros donde se ocultan
Cobardías, mentiras, errores y vergüenzas;
Librarlo de tendones, músculos, líquidos, células
Y mantener solamente los huesos
Nada más que por guardar la compostura.


            Y lavar la oquedad restante por dentro y por fuera,
Un cuerpo sin aristas y una memoria transparente,
Dejarse arrastrar, libre, por la gélida brisa,
Cruzar a nado la laguna
Y regresar, sin cicatrices, a la pira primitiva
Y evaporarse en el fuego

Sin envilecerlo.

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