ELOGIO DE LA DERROTA (HOMENAJE A QUEVEDO)
En mi remota época de estudiante de Bachillerato leí los poemas morales de Quevedo. El peligro de descubrir tan pronto la excelencia en poesía es que uno sabe que jamás conseguirá escribir nada remotamente comparable. Han pasado más de cuatro décadas y aún me impactan poemas como “El escarmiento”. Tal vez su lectura me enseñó a valorar mis fracasos y admirar los fracasos ajenos cuando se abandona la batalla para evitar hacer más daño a otros o a uno mismo.
Vayan aquí tres sonetos
escritos a la manera del maestro. Y que él me perdone. Acompaño a los poemas con imágenes de cómic de Antonio Hernández Palacios, otro referente de mis años juveniles.
ELOGIO
DE LA DERROTA
Y gozo blanda paz tras
dura guerra
hurtado para siempre a la grandeza.
(“El escarmiento”, F. de Quevedo)
Llueve ahora en el campo de batalla
(la espada, en su funda; el suelo,
anegado)
y azota, impuro, el viento mi
costado.
No es bueno defender causa canalla
y no otorga el vencido cuando calla
el último dolor, atormentado
porque duele más dolerse en privado,
lamer las heridas tras la muralla…
Y no, no pienso seguir peleando
contra soldados de plomo, debajo
del puente, ni intuir de vez en
cuando
la traición y la envidia, el trabajo
de la mezquindad.
Acabo arrojando
la espada que no supo dar el tajo.
LAS
BABAS DEL INQUISIDOR
Aquí, del
primer hombre despojado,
descanso ya de andar de mí cargado.
(“El escarmiento”, F. de Quevedo)
Tal vez comprenderéis que pareciera
buena idea freír al enemigo
con brea, localizar al testigo
y al perjuro. Podría ser cualquiera
con ganas de ascender en la
escalera:
un alma no vale más que un abrigo
si lo tasan los ojos del mendigo…
¡Qué tentador el humo de la hoguera!
La rendición
final de la conciencia
sustituye verdad por servilismo,
no queda sino fuego y penitencia.
¿Arrojar la dignidad al abismo?
¿Apagar con sobornos la conciencia?
Mejor, desnudo; me cubro a mí mismo.
ENTRE
EL TIRANICIDIO Y LA DESERCIÓN
(BERLÍN, 1944 – MOSCÚ, 2022)
Al sueño inobediente, con pagada
sangre y salud vendida,
soy, por un pobre sueldo, mi homicida.
(“El
escarmiento”, F. de Quevedo)
¿Qué príncipe se acuesta en el
somier
Y escupe su desprecio en la comida?
El gesto es agrio, como honda es la
herida:
Una estirpe bastarda usurpa el
poder.
¿Se oculta el dragón? ¿Quién puede
saber
Cómo llegar a su oscura guarida?
¿Alguien pondría en peligro la vida
A cambio de un efímero placer?
Descartemos el veneno; el dragón
Come hierba en prado protegido…
¿Guardianes fanáticos? Ten cuidado,
Morirán inocentes. La explosión
Hará enmudecer cualquier otro ruido
Distinto a mi conciencia de soldado.
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