lunes, 19 de marzo de 2012

Tríptico de remotas soledades: (Sócrates, Séneca, Cómodo)

TRÍPTICO DE REMOTAS SOLEDADES


1. 
APÓCRIFO DE SÓCRATES
Muchos años pasaron, encerrada
la esencia en limitado continente.
Quizá no fue buena idea esperar
tanto tiempo inmóvil en la caverna:
¡Ábrase el cofre y libérese el genio!
Mas, si el vino se corrompe en vinagre,
también podía haberse evaporado
la arcana esencia. Y de ser así,
el tesoro sólo sería humo.
Como un insaciable glotón, el tiempo
devora continente y contenido.
¡Maldita la falta que hace ya el cofre!
A falta, pues, de proyectos magníficos,
es mejor renunciar a dejar huellas.
Como herencia, os dejo mi silencio.




2.
SOLILOQUIO DE SÉNECA LA NOCHE DE SU SUICIDIO
 
Es feliz quien está satisfecho con sus circunstancias presentes, cualesquiera que sean; es feliz aquel a quien la razón dicta la norma de su existencia.   (Lucio Anneo Séneca)
                                                
Si he de morir, sea entrejardines
pagados y cuidados por mi mano,
porque mi mano no sea homicida
de su gemela en escenario adverso:
que actúe, pues, quien creó el decorado
donde se presenta mi tragedia.
Si he de morir, que sea dignamente,
rodeado de gente que me aprecia,
que me deban favores o dinero;
que no sea yo injuriado o vejado
en el momento que más comprensión
y menos hostilidad precisaba.
 
Si he de morir, sea, mas evitando
que la última visión que lleve al Hades
dibuje un hostil rostro que me odia
y una mueca mía a quien desprecio:
concédaseme al menos este día
no ser torturado por más pasiones.
 
Si he de morir, sea mirando el río
bermejo que brote de mis muñecas,
y alimentar con ella mi soberbia
por última vez: grabe en la memoria
de quien todo lo da por cobardía
porque sólo en ésta halla la virtud.
 
Si he de morir, concédame a mí mismo
un último placer, no menos dulce
que los que me regaló Fortuna:
haber sido en el día de mi muerte
tan rico, tan feliz o tan hipócrita
como fui cada día de mi vida.


3.
CÓMODO, EL EMPERADOR ENLOQUECIDO, CONVERSA CON LA ESTATUA DE MARCO AURELIO, SU VIRTUOSO PADRE.


   




Todo lo que acontece es tan frecuente y conocido como la rosa en  primavera y la fruta en verano. Igual sucede con la enfermedad, la  muerte, la calumnia, la conspiración y esas cosas que maravillan o entristecen a los necios.
(Marco Aurelio. Meditaciones)
 
 
¿De qué te sirve hollar con tu caballo
helechos de Germania, arenas de Asia,
o nieves del Pirineo helado,
para acabar, resquebrajada el alma,
expuesto a mí, a la bestia inmoral
a la que, contra tu voluntad, amas?
 
¿De qué te sirve tener el nombre más 
reverenciado del mundo, si luego
has de estudiar cada miga de pan,
cada gota de vino, cada beso
que rozas? Vigila la lengua azul,
ningún César es inmune al veneno.
 
¿De qué sirve ponderar la virtud,
haber escrito las más bellas sentencias
en la lengua de Platón, con la luz
que Alejandría a los dioses reserva,
si has de enterrar palabras y enfundarte
en metales y alaridos de guerra?
 
¿De qué te sirve, augusto padre,
soñar que te codeas con los dioses,
si los Hados viciaron tu semilla,
divinamente ruin –que te perdone
Roma por ser fértil-, plantar un árbol
cuyo tóxico fruto desconoces.
 
¿De qué te sirve este retrato armado
con vacías miradas? ¿Y el escudo?
¿Sabio estoico tú? ¿Yo. Gladiador zafio?
Fue Hércules quien me educó en el estupro;
tú dormías en tu altura, ocupado
en esta estatua ecuestre a quien escupo.

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